jueves, 24 de marzo de 2016

CARTA DE COMUNIÓN PASCUA 2016

Carta en Húngaro..........[+]

PORQUE ES ETERNA SU MISERICORDIA

KYRIE ELEISON[1]
¿Hasta dónde se puede soportar? Hay una cota de sufrimiento en el hombre que avisa de una vecina catástrofe, de un fracaso y de una muerte inevitable. Y, sin embargo, porque el mismo dolor nos enmudece, porque no sabemos a quién acudir, porque hemos desistido de una ayuda de fuera, ahogamos el grito. En contrapartida, también porque sabemos a quién dirigir nuestra plegaria, porque sabemos que el dolor no tiene la última palabra, nos hacemos voz de los que no la tienen o la han perdido o no les interesa dirigirse a nadie, elevamos hacia el Señor Jesús nuestra prez, en nombre propio y en nombre de todos[2].
Porque en el principio era la Vida y se nos dio como un derrame de gracia abundante que nunca hemos llegado a agradecer lo suficiente; porque la recibimos no como don gratuito y amable sino apropiándonosla, malgastándola… robándosela a los otros. Kyrie eleison.
Porque nos hemos olvidado de ti y en todo hemos delinquido (Dn 3, 29), hemos caído en todas las idolatrías y, lo peor, nos hemos hecho un altar a nosotros mismos, proclamándonos dioses y señores de todo y de todos. Kyrie eleison.
Porque nuestra mortífera violencia solo busca excluir, catalogar, dividir, anular, a golpes y a gritos, a mano armada o con guante blanco, agresiva o cínicamente, con el desprecio y la indiferencia. Kyrie eleison.
Nos brota del corazón un Kyrie eleison ininterrumpido, como única palabra orante. Te pedimos, Señor, que tengas piedad, que tengas Tú piedad y misericordia porque nosotros no la tenemos, que salgas Tú en nuestra defensa porque nosotros acabaremos destrozándonos, que tu piedad cubra nuestra impiedad, que Tú nos des aquello de lo que carecemos: piedad y misericordia, compasión y perdón…. Jesús no ha venido a frenar la cólera de Dios sino la del hombre, por eso somos ante ti intercesores de gracia no porque Tú no quieras darla sino porque hemos olvidado pedirla y no solo por nosotros sino también por nuestros hermanos. Así iniciamos esta Pascua con esta intercesión constante y vasta.
AMÉN
Nuestra súplica ha sido escuchada y asumida por Jesús, el Rostro de la Misericordia[3], el que vino a habitar entre nosotros, nuestro hermano mayor, el que nos habló del Padre de la misericordia (Is 65,16; Lc 15, 1ss),    el que nos buscó hasta encontrarnos (Lc 15, 4), el testigo fiel (Ap 3,14), el Amén, el Sí absoluto del Padre. Toda nuestra esperanza está en su orilla. En esta sinfonía inacabada que es la Creación la misericordia del Padre y el Amén del Hijo es lo único definitivo para la salvación del hombre y de toda criatura. Jesús ha sido el Amén del Padre desde la Encarnación hasta el descenso a Infiernos, pasando por la Cruz y haciendo de ella el altar del Amén, la pira donde se consuma todo Amén, el signo de la generosa misericordia. De la boca de Jesús, saldrá el último amén escuchado por sus discípulos: “Todo está cumplido” (Jn 19, 30; Ap 22,21). Sí, hasta el fin, lo que debía ser ha sido, se ha cumplido en Él, en su cuerpo. A ese Amén fiel y obediente el Padre le resucitará, glorificará y ensalzará. A nuestro Kyrie eleison ha respondido el Amén de Dios, el que estaba en manos de Dios se ha puesto en manos de los hombres para llegar a la plenitud del amor y ha dicho con su vida “Amén, Sí, Sea. Aquí estoy” (Heb 10, 7), asumiendo todo, el pecado, el sufrimiento, el dolor, la muerte… por amor al Padre y al hombre (2Cor 1,20).
La Pascua nos pone ante esta verdad eterna y ante el sentido de la historia y el horizonte de gracia y esperanza al que estamos invitados. Nuestra oración y nuestra vida está llamada, como la de Jesús, a ser un Amén al Padre por la salvación del mundo. No un amén a las voluntades pérfidas, malvadas o perversas de una voluntad herida sino Amén a la Voluntad de nuestro Dios que quiere para todos nosotros solo el bien.
Decir “Amén” es así vivir asumiendo el dolor propio y ajeno y también la culpa, cargar con el dolor y el pecado de nuestro mundo, acoger lo que en nuestras vidas es más pesado o repugnante, es prepararse para ser víctima, ofrenda, sacrificio agradable. Todos estamos llamados a ser, en Cristo y con Cristo, Amén de Dios.
ALELUYA
Esto, hecho experiencia personal, comunitaria, eclesial, es el canto de alabanza con el que expresamos todo el asombro, estupor, dicha, gozo, gratitud, confianza, comunión, paz. El Espíritu viene como fuego ardiente y como alegría sin fin y nos hace gritar de júbilo: “Amén, Aleluya” (Ap 19, 1-8). Porque en nuestra humillación fuimos escuchados, estábamos perdidos y fuimos hallados, solos y fuimos visitados, con hambre y sed y fuimos saciados, estábamos desnudos y harapientos y fuimos cubiertos de carne y de compasión, no teníamos a nadie y alguien se hizo el encontradizo, no sabíamos adónde huir y fuimos invitados, no teníamos nada y alguien nos auxilió… (Mt 25, 31-46) Sí, Amén, Aleluya “porque eterna es su misericordia” (Sal 136)[4].
¿Qué nos haría falta para abrazar al Dios de la misericordia? ¡Verlo! Pues, lo hemos visto y por eso damos testimonio y alabamos su eterna e infinita misericordia. Recojamos sus señales y signos en nuestras vidas, hagamos memoria de cada huella y cada presencia de Jesús, el Rostro del Padre de la Misericordia. Cada Pascua hace visible lo invisible, nos pone frente a la diafanía de un Dios de Misericordia y Amor que se entrega hasta el fin por cada uno de nosotros. Y, si el hombre puede confesar la misericordia de Dios, también nosotros con nuestra presencia y actuación en el mundo damos cuenta de esta diafanía, hacemos también visible y eficaz el amor de Dios por toda criatura. Somos nosotros también Rostro de su misericordia cuando vivimos siendo misericordiosos como el Padre (Lc 6, 36). Así acompañamos a lo creado a que entone su gran canto de alabanza porque hemos ofrecido lo que nos fue dado a nosotros, tal y como se nos dio, gratuita y abundantemente[5].
Que su piedad y misericordia nos sean concedidas, porque las necesitamos para vivir, como el pan de cada día, y porque se las debemos al mundo, necesitado de ellas. No retengamos el don, que la Pascua nos haga vivir en estado de acogida para poder vivir en estado de entrega como Jesús, el Amén al Amor misericordioso, que nos atrajo la gracia, el perdón, la paz, la Vida. María, también Amén y Hágase como el Hijo, vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos y nos acompañe en este camino Pascual[6]. Nada podrá detener el Río de Misericordia que brota de la Trinidad desde toda la eternidad, a través de torrenteras, por capilaridad o por cauces navegables, ha de irrigar todo sequedal y desierto, toda estepa y toda tierra baldía, hasta cualquier confín de la geografía humana y de la geografía del corazón de cada hombre. Basta que los cristianos, unidos a Jesús el Señor, haciendo el Camino del Amén al Padre, salvados por la misericordia, como hizo la Iglesia desde Pentecostés digamos “Heme aquí. Tómame”. ¡Amén, Aleluya!
Feliz Pascua de la Misericordia
M. Prado
Comunidad de la Conversión




[1] En el pontificado del Papa San Dámaso se cambiaron los textos litúrgicos del griego al latín pero el rito romano mantuvo esta aclamación laudatoria, de confesión de fe y de petición.
[2] FRANCISCO Pp, Misericordiae Vultus, 19
[3] Ibidem, 1
[4] Ib., 7
[5] Ib., 14-15
[6] Ib., 24