domingo, 1 de abril de 2012

PASCUA 2012

Carta de comunión 

CON CRISTO, POR ÉL Y EN ÉL
Querido Hermano y Hermana, la vida es Don de Dios. Sobre nosotros dijo Dios “Ven” (Gn 1, 26) y fuimos traídos a la vida, ofreciéndosenos esta como don precioso y como tarea. Esa Palabra Creadora fue a la vez Palabra de Comunión porque expresaba el deseo de Dios sobre su criatura: que no solo existiera sino que conociera su Amor y viviera en Comunión con Él. Es también la Palabra del Hombre que requiere a Dios y clama su presencia para que salve su precaria y angosta necesidad y colme a su vez el anhelo constante e infinito de Comunión que ha dejado en él. 

Jesucristo se acercó al hombre dirigiéndole la misma Palabra. “Ven y sígueme” (Mc 1, 17). Él nos ha llamado a ser con Él, a estar con él, a vivir cerca, en su compañía (Jn 2, 35- 39). Porque solo esa cercanía podía despertar al hombre del letargo, romper sus cegueras, curar sus heridas, su hambre y su sed, y mostrarle el Camino de vuelta hacia el Padre. Solo desde ella podíamos conocer el Amor del Padre y la vida misma de Dios. Estar con Él, día a día, nos ha salvado revelándonos la grandeza de la vida humana cuando Dios está con nosotros. Salva a los de dentro y salva a los de fuera, a todos los que rozan una experiencia de Comunión con Él y con los hermanos. En un mundo como el nuestro la Comunidad- Comunión se hace signo y sacramento de salvación por el hecho de ser lo que es. La soledad en el hombre contradice su misma aspiración y deseo; la Comunidad y la Comunión afirman aquello para lo que está hecho su corazón. Somos seres llamados y llamados a estar con Él y llamados a ser Comunión.

¿De dónde brota la fuente de nuestra Comunión? El Sacrum Convivium es la fuente. Jesús sube a Jerusalén con sus discípulos para alcanzar la cima de la verdad sobre el hombre y su relación con Dios. La Pascua fue toda ella un golpe de luz sobre este mortal anhelo de unidad que estaba llamado a cuajarse en algo definitivo y sin fisura, que recogiera el tiempo en una sola Hora, en la que el pasado, presente y futuro estuvieran sellados por una ofrenda que nunca caducase. En la mesa del primer Jueves Santo de la historia se concentró el sentido de la existencia humana en medio de este universo: el pequeño grupo de amigos había sido congregado “para que sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en tí”
(Jn 17, 20- 26). Esta era la razón de la llamada primera, la razón de esa convivencia fraterna junto al Maestro, día tras día, el sentido de su visita al hombre desde el seno del Padre, y la única vía posible para que el hombre retornara a Él. “No ser más que uno”: con Él y en Él, con el Padre y en el Padre; con el Espíritu y en el Espíritu, entre nosotros, con la creación entera, con el mundo entero. En el escenario de una comida en medio de la noche escucharon de labios del Hijo de Dios que  Dios mismo había venido a hacerse uno con el hombre para que el hombre se hiciera uno con Dios. Partiendo de aquí valía la pena llegar hasta las últimas consecuencias que el Amor impusiera para vencer definitivamente la distancia entre Dios y el hombre y entre los hombres entre sí, para reconciliar el Universo entero en Aquél en el que estaban recapituladas todas las cosas del cielo y de la tierra (Jn 3, 14- 21). 

La Eucaristía rompe absolutamente esa distancia porque la vida del hombre queda injertada en la vida de Dios. En el Sacrum Convivium el hombre entra a la vida de Dios en Cristo, no puede haber mayor comunión que ésta entre Dios y el hombre. Una vida eucarística es una vida en Él y, por tanto, es una vida para siempre. “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 56). Este es el segundo hito de Comunión que tiene dimensiones y consecuencias concretas en la existencia humana: hay un desposorio, una Sacra Connubio, entre nosotros y Jesucristo y, de alguna manera, también con el hombre. Vivimos en Cristo y, por tanto, somos suyos, le pertenecemos. Nuestra vida queda así transformada, tiene consecuencias sobre la relación entre los que comulgamos con Él y en Él.  Nos pertenecemos mutuamente, somos miembros del mismo Cuerpo, somos guardianes de nuestros hermanos, responsables los unos de los otros, asumiendo la vida del otro como propia, como carne de mi carne, con una alianza que nadie puede romper (Ple. Euc. Reconciliac. I), por la que nada suyo me es ajeno y en la que toda desunión y odio contradice lo que somos y comemos (Benedicto XVI, Mensaje de Cuaresma 2012, n.2). La Sacra Connubio estrecha los lazos del Amor y nos lleva al Amén a Dios y al hermano (S. Agustín, Sermón 272).

Porque vivimos en Él nuestro trabajo y la ofrenda de nuestra vida se realiza por Él, como misión, envío y consagración. Por Él hemos sido enviados a partir el Pan para que se multiplique, a pasar la Copa para que la alegría llegue a todo hombre, a lavar los pies excluyendo toda superioridad, dominio o indiferencia, a dar la paz como nos la dio Él y a buscar su Reino de Paz y de Justicia. Todo lo viviente y todo lo existente queda desposado en Él, con Él y por Él. Toda la existencia es así una Misa, la vasta Misa que se celebra en medio del tráfago diario, de los semáforos que se abren y se cierran, en los hospitales y en las fiestas humanas, entre el dolor y la alegría de las gentes, aquí y allá, muy cerca y muy lejos de cada uno de nosotros... 

Cada Pascua es una gracia de Conversión a la Comunión que es el centro de la vida, el fuego que la alienta y la roca que la sostiene porque fuera de la Comunión con Él y con los hermanos no hay vida verdadera, ni abundante, ni eterna (Jn 6, 51- 58). Volvamos a este Cenáculo de Vida y Unidad, dejemos atrás nuestras rencillas, nuestras lejanías e indiferencias, nuestros odios y rencores; acojamos la Alianza sellada con su Sangre; volvamos de los montes en los que nos perdimos y por los que nos distanciamos y comulguemos con Cristo, en Él y por Él. Concédenos, Señor, no poner resistencias a esta Comunión contigo y con todos los hombres, a los que tú has llamado, y haz que cada día nos convirtamos a Ti  con la fuerza de tu Resurrección. ¡Amén, Aleluya!

Un abrazo Pascual de nuestra Comunidad que ora por vosotros, os agradece siempre vuestra confianza y unidad y desea acompañaros en el camino de la vida.


        M. Prado         Comunidad de la Conversión

1 comentario:

  1. Querida madre Prado:
    Esta carta la hemos leído en familia, y nos ha llamado a reflexión. Es verdad que hoy por hoy, la humanidad está llena de confución. Esto, creemos y estamos seguros, se debe principalmente a que el hombre se encuentra distanciado de Dios. Y es hora, como bien lo dice en su escrito, que dejemos de lado nuestras lejanías e indiferencias y comulguemos con Cristo.
    Reciba Ud. madre, un cariñoso abrazo y al mismo tiempo nuestro agradecimiento por acompañarnos en el camino de la vida.

    Rolando y Teresa

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