viernes, 29 de abril de 2011

Textos del cuadernillo de Pascua 2011

En el cuadernillo se incluían la Carta de Comunión junto con los siguientes textos:

Homilía del Papa Benedicto XVI en la Misa del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor.

“… el corazón es ese centro del hombre en el que se unen el intelecto, la voluntad y el sentimiento, el cuerpo y el alma. Ese centro en el que el espíritu se hace cuerpo y el cuerpo se hace espíritu; en el que voluntad, sentimiento e intelecto se unen en el conocimiento de Dios y en el amor por Él. Este "corazón" debe ser elevado. Pero repito: nosotros solos somos demasiado débiles para elevar nuestro corazón hasta la altura de Dios. No somos capaces. Precisamente la soberbia de querer hacerlo solos nos derrumba y nos aleja de Dios. Dios mismo debe elevarnos, y esto es lo que Cristo comenzó en la cruz. Él ha descendido hasta la extrema bajeza de la existencia humana, para elevarnos hacia Él, hacia el Dios vivo. Se ha hecho humilde, dice hoy la segunda lectura. Solamente así nuestra soberbia podía ser superada: la humildad de Dios es la forma extrema de su amor, y este amor humilde atrae hacia lo alto”.

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Testamento espiritual del prior de los monjes asesinados en Argelia: Padre Christian de Chergé

“He aquí que, si Dios así lo quiere, podré sumergir mi mira­da en la del Padre, para con­templar con él a sus hijos del islam como él los ve, totalmen­te iluminados por la gloria de Cristo, frutos de su pasión, in-vestidos del don del Espíritu, cuyo gozo secreto siempre será establecer la comunión y resta­blecer la semejanza, jugando con las diferencias.

Por esta vida perdida, total­mente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios que parece haberla querido toda en­tera para ese gozo, a través y a pesar de to­do.

En este gracias, en el que está todo dicho ya de mi vida, ciertamente os incluyo a vosotros, amigos de ayer y de hoy, y a vosotros, ami­gos de aquí, junto a mi madre y a mi padre, mis hermanas y mis hermanos, y a los su­yos ¡el céntuplo acor­dado, como se prome­tió!

Y a ti también, amigo del úl­timo instante, que no habrás sa­bido lo que hacías. Sí: también para ti quiero este gracias y este «a-Dios» por ti previsto. Y que se nos conceda reencontrarnos, ladrones felices, en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nues­tro, tuyo y mío. Amén. Insh'allah”

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«¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?». Yo: yo lo quiero. Giancarlo Cesana

Cuando pensamos en la prosperidad, en la felicidad, pensamos en lo que deseamos, en lo que esperamos alcanzar. ¡Cuántas veces, sin embargo, no sucede lo que esperábamos! ¡Cuántas veces nos rebelamos y decidimos huir en nuestros sueños! Querer ser feliz significa para mí querer serlo ahora, con lo que soy y con lo que tengo, no vivir el tiempo como un intervalo indefinido que me separa de lo que espero. Puesto que la vida es una continua espera del propio cumplimiento definitivo y total, en esta vida necesito empezar a disfrutar de lo que vale y por ello no puedo demorar el hacer las cuentas con lo que tengo ahora. Hacer cuentas, mirar, amar, aceptar, desear a partir de lo que se nos da: esta es la vocación. Es la conciencia de que lo que ha sucedido en mi vida tiene una finalidad, una tarea buena para conmigo y los demás; lo cual sólo en un caso no se reduce a un discurso: cuando busco que esto me haga feliz ya desde ahora. Es experimentar que descubrir algo verdadero nos hace felices. La vocación es el verdadero tema de este Meeting; es la condición para ser felices, porque sin una tarea y sin una finalidad no se puede construir, no merecería la pena gastar energía y entregarse. Somos felices en la medida en que descubrimos que somos protagonistas insustituibles, “señores”, de alguna manera, de la realidad que vivimos. Y uno puede decir que posee algo sólo cuando lo acepta y lo acoge. Justo lo contrario de la mentalidad dominante, que considera la aceptación una forma de pasividad y no un acto de un hombre libre que aferra, desea y trata de enriquecer lo que ha recibido.

Hay que añadir que para aceptar es preciso asombrarse y no ser instintivos. Reconocer al otro, reconocer su misterio no generado por nosotros. Lo cual implica un sacrificio de uno mismo, del automatismo mediante el cual siempre tratamos de aprisionar lo que nos rodea.

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La esencia del cristianismo. Bruno Forte

“La vida o es peregrinación o es anticipación de la muerte. O es apasionamiento, búsqueda, y, por consiguiente, inquietud, o es un dejarse morir cada día un poco, huyendo en dirección de todas las evasiones posibles que caracterizan a nuestra sociedad y que sólo sirven para aturdirse y evitar el planteamiento de las verdaderas preguntas. Es preciso tomar una decisión: `¡Me levantaré e iré a mi padre!´; urge abrirse a la escucha y a la súplica. Tal es la opción que necesitan tomar especialmente las mujeres y los hombres de esta época postmoderna. Para ayudar a sus compañeros de camino a dar este paso, los creyentes deberán ser los primeros en levantarse y caminar hacia el Padre, haciéndose siempre y de nuevo peregrinos, venciendo el cansancio y la frustración que a veces se insinúa, en particular cuando parece que no se consiguen resultados. El creyente sabe que no está en el mundo para ver los frutos, sino para sembrar. Afirma Lutero: “Aunque supiese que el mundo terminará mañana, no dudaría en plantar una semilla hoy”. Para el que cree el Dios, lo importante no es la cosecha sino la siembra. Así, pues, el no a la frustración, ha d ir unido al sí a la pasión por la verdad, que impulsa a plantear las verdaderas preguntas del corazón de los hombres, para conseguir que busquen en Rostro escondido, el Rostro del padre-madre en el amor, el que da sentido a la vida y ofrece esperanza al mundo”.

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La nueva evangelización, Monseñor Fisichella

Otro conflicto al que se asiste es la pérdida del sentido de responsabilidad. Este horizonte viene simbólicamente encontrado en la pregunta que Dios dirige a Caín: "¿Dónde está tu hermano?". Por paradójico que pueda parecer, el secularismo nacido a la sombra de la responsabilidad plena delante a sí mismo con el rechazo de la autoridad de Dios, acaba con la destrucción del objetivo que se proponía. Cerrado en sí mismo, en un individualismo exasperado, el hombre de hoy ha perdido de vista también al otro. Una lúcida expresión de esta situación se encuentra en la fórmula sartreana les autres son l'enfer. La ambigua concepción de la libertad, el fuerte subjetivismo que ya no sabe reconocer el valor de la verdad perenne y, sobre todo, el eclipse del sentido de Dios, han llevado a olvidar el valor de la vida y al desinterés por el hermano al punto de comprobar con horror que una sociedad que se proclama civilizada y evolucionada está cada vez más cerrada en el círculo de la muerte. En suma, una cultura secularizada que se pretende autónoma de Dios, termina con la pérdida del sentido mismo de la vida.

Aquí por tanto se pone el gran desafío que mira al futuro. Quien quiere la libertad de vivir como si Dios no existiera lo puede hacer, pero debe saber lo que le espera; debe tener conciencia de que esta elección no es premisa de libertad ni de autonomía. Limitarse a disponer de la propia vida nunca podrá satisfacer la exigencia de libertad; silenciar forzosamente el deseo de Dios que está radicado en la interioridad más profunda, nunca podrá arribar a la autonomía. El enigma de la existencia personal no se resuelve rechazando el misterio, sino eligiendo sumergirse en él (GS 22). Este es el sendero a recorrer; todo atajo corre el riesgo de perderse en los laberintos selváticos, donde es imposible ver tanto la salida como la meta a alcanzar.

Rav Elishá Aviner

La cima del culto a Dios, es el nivel de "hijos", y por ello los días de Pesaj son días de avance y ascenso - de un culto de servidumbre a un culto de hijos, de un culto que se basa solamente en el aceptado del yugo, a un culto que se basa en la identificación y en el sentimiento de pertenencia. Bienaventurado es el que llega al nivel de "hijos", cuando su culto surge de un gran amor por D's y un sentimiento de vinculación con Él. Pero de los días de Pesaj aprendemos también que hay un camino muy claro y definido para trepar a lo alto: Se comienza con "alabad los siervos de Dios", con "porque Mis siervos son los hijos de Israel" y se culmina con "vosotros sois los hijos del Eterno, vuestro Señor". El camino comienza recibiendo el yugo Divino y el yugo de las mitzvot, según la interpretación más sencilla, sin astucias ni "rebajas", cumpliendo escrupulosamente con cada mitzva incluso cuando no nos identificamos plenamente ni sentimos que nos elevamos: Ese es el nivel del "siervo". El que superó con éxito ese primer nivel, le está permitido y es meritorio de avanzar más, hacia el nivel de "hijos", y exigir sentir el placer de "vosotros sois los hijos del Eterno, vuestro Señor".

Hora de Jesús. Jueves Santo

Lavatorio de los pies

- Contempla a Jesús en su rescate del hombre: se hace siervo para rescatar al siervo y hacerle hijo (Jn 13, 1-15).

- ¿Comprendemos lo que ha hecho con nosotros al lavarnos los pies? (Jn 13, 12).

- ¿Cómo realizamos este gesto en nuestra vida, cómo nos lavamos los pies “unos a los otros”, como Él nos pidió? (Jn 13, 14).

Oración sacerdotal

- La respuesta sobre la vida eterna. (Jn 17, 3)

- La oración por los suyos (Jn 17, 6ss)

- Ser Uno, como el Padre y el Hijo (Jn 17, 11, 21)

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Homilía que el Papa Benedicto XVI en la Misa del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor

“El salmo procesional 23, que la Iglesia nos propone como "canto de subida" para la liturgia de hoy, indica algunos elementos concretos que forman parte de nuestra subida, y sin los cuales no podemos ser levantados: las manos inocentes, el corazón puro, el rechazo de la mentira, la búsqueda del rostro de Dios. Las grandes conquistas de la técnica nos hacen libres y son elementos del progreso de la humanidad sólo si están unidas a estas actitudes; si nuestras manos se hacen inocentes y nuestro corazón puro; si estamos en busca de la verdad, en busca de Dios mismo, y nos dejamos tocar e interpelar por su amor. Todos estos elementos de la subida son eficaces sólo si reconocemos humildemente que debemos ser atraídos hacia lo alto; si abandonamos la soberbia de querer hacernos Dios a nosotros mismos. Le necesitamos. Él nos atrae hacia lo alto, sosteniéndonos en sus manos – es decir, en la fe – nos da la justa orientación y la fuerza interior que nos eleva. Tenemos necesidad de la humildad de la fe que busca el rostro de Dios y se confía a la verdad de su amor.

La cuestión de cómo el hombre pueda llegar a lo alto, ser totalmente él mismo y verdaderamente semejante a Dios, ha cuestionado siempre a la humanidad. Ha sido discutida apasionadamente por los filósofos platónicos del tercer y cuarto siglo. Su pregunta central era cómo encontrar medios de purificación, mediante los cuales el hombre pudiese liberarse del grave peso que lo abaja y poder ascender a la altura de su verdadero ser, a la altura de su divinidad. San Agustín, en su búsqueda del camino recto, buscó por algún tiempo apoyo en aquellas filosofías. Pero, al final, tuvo que reconocer que su respuesta no era suficiente, que con sus métodos no habría alcanzado realmente a Dios. Dijo a sus representantes: reconoced por tanto que la fuerza del hombre y de todas sus purificaciones no bastan para llevarlo realmente a la altura de lo divino, a la altura adecuada. Y dijo que habría perdido la esperanza en sí mismo y en la existencia humana, si no hubiese encontrado a aquel que hace aquello que nosotros mismos no podemos hacer; aquel que nos eleva a la altura de Dios, a pesar de nuestra miseria: Jesucristo que, desde Dios, ha bajado hasta nosotros, y en su amor crucificado, nos toma de la mano y nos lleva hacia lo alto.

Subimos con el Señor en peregrinación. Buscamos el corazón puro y las manos inocentes, buscamos la verdad, buscamos el rostro de Dios. Manifestemos al Señor nuestro deseo de llegar a ser justos y le pedimos: ¡Llévanos Tú hacia lo alto! ¡Haznos puros! Haz que nos sirva la Palabra que cantamos con el Salmo procesional, es decir que podamos pertenecer a la generación que busca a Dios, "que busca tu rostro, Dios de Jacob" (Sal 23, 6). Amén”.

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TEXTOS PARA MEDITAR EL VIERNES SANTO

Salmo 22 (21)

Sufrimiento y esperanza del justo

Dios mío, Dios mío,

¿por qué me has abandonado?
a pesar de mis gritos,
mi oración no te alcanza.
Dios mío, de día te grito,
y no respondes;
de noche, y no me haces caso;
aunque tú habitas en el santuario,
esperanza de Israel.

En ti confiaban nuestros padres;
confiaban, y los ponías a salvo;
a ti gritaban, y quedaban libres;
en ti confiaban, y no los defraudaste.
Pero yo soy un gusano, no un hombre,
vergüenza de la gente,
desprecio del pueblo;
al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
"acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere".

Tú eres quien me sacó del vientre,
me tenías confiado
en los pechos de mi madre;
desde el seno pasé a tus manos,
desde el vientre materno tú eres mi Dios.
No te quedes lejos,
que el peligro está cerca
y nadie me socorre.

Me acorrala un tropel de novillos,
me cercan toros de Basán;
abren contra mí las fauces
leones que descuartizan y rugen.
Estoy como agua derramada,
tengo los huesos descoyuntados;
mi corazón, como cera,
se derrite en mis entrañas;
mi garganta está seca como una teja,
la lengua se me pega al paladar;
me aprietas
contra el polvo de la muerte.
Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos.
Ellos me miran triunfantes,
se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.

Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
líbrame a mí de la espada,
y a mí única vida de la garra del mastín;
sálvame de las fauces del león;
a éste pobre, de los cuernos del búfalo.

Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.

Isaías 53

“¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahveh ¿a quién se le reveló? Creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido; y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca. Mas plugo a Yahveh quebrantarle con dolencias. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano. Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará. Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes”.

Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial - Mt 5, 45

“Todos somos hijos del Padre celestial. Hemos de ver en todos los hombres a hijos queridos de Dios. No en los buenos, sino en todos: todos son hijos de Dios, y por eso hemos de portarnos con ellos de la manera amorosa en que se comporta un buen hermano, que no cambia aunque su hermano le haga mal o se comporte indignamente. Esta fraternidad real de todos los hombres conlleva una ternura de sentimientos, una amabilidad en las palabras, una caridad en los actos que explica todos los preceptos del Evangelio relativos a la caridad, a la paz y a la bondad. Nada hay más natural que estos preceptos, si consideramos a todos los hombres como hermanos, como hijos de un mismo Padre. Creamos, pues, en nuestra fraternidad con todos los hombres”.

CARLOS DE FOUCAULD, Meditaciones sobre el Evangelio, 1987

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TEXTOS DEL SÁBADO SANTO

Textos bíblicos:

Gn 37. 39-45. / Mc 15,42-47 / Lc 15,4-7

Textos para meditar

“El gran y santo sábado santo es el día que une el Viernes santo, la conmemoración de la cruz, al día de la Resurrección. Para muchos, la verdadera naturaleza y el sentido de esta unión, la real necesidad de este día intermedio, permanece oscuro. Para la gran mayoría de aquellos que van a la Iglesia, los días “importantes” de la gran semana son el viernes y el domingo, la Cruz y la Resurrección. Estos dos días, sin embargo, son muy distintos. Hay un día de tristeza, después un día de alegría. En esta sucesión, la tristeza es sencillamente remplazada por la alegría. Pero, según la enseñanza de la Iglesia, expresada en su tradición litúrgica, la naturaleza de esta sucesión no es de simple sustitución. La Iglesia proclama que Cristo ha destruido la muerte a través de la muerte y este quiere decir que, antes de la resurrección, ocurre un acontecimiento en el que la tristeza no ha sido simplemente remplazada por la alegría, sino que la tristeza misma se ha transformado en alegría. El gran Sábado es precisamente el día de la transformación, el día donde la victoria germina del interior mismo del desastre, cuando anteriormente a la resurrección se nos concede contemplar la muerte de la muerte. (…) Cristo es elevado de entre los muertos; su resurrección la celebraremos el día de Pascua. Sin embargo, esta celebración conmemora un acontecimiento único del pasado y anticipa un misterio del futuro. Es ya la resurrección pero no aún la nuestra. Nosotros debemos morir, aceptar la muerte, la separación, la destrucción. La realidad de nuestra situación en este mundo es la realidad del gran Sábado; este día es la real imagen de nuestra condición humana. Nosotros creemos en la resurrección porque Cristo ha resucitado de entre los muertos. Nosotros esperamos la resurrección. Nosotros sabemos que la muerte de Cristo ha vencido el poder de la muerte, y que esta no es más la única salida sin esperanza, el fin de todo… Bautizados en su muerte, nosotros comulgamos en su vida que ha surgido de la tumba. Nosotros recibimos su cuerpo y su sangre que son alimento de inmortalidad. Nosotros tenemos en nosotros mismos la prenda, la anticipación de la vida eterna… Toda nuestra existencia cristiana encuentra su dimensión en estos actos de comunión en la nueva vida del tiempo nuevo del Reino. Y sin embargo nosotros estamos aún aquí, la muerte es nuestra lucha inevitable. Pero, ¿esta vida entre la resurrección de Cristo y el día de la resurrección general no es precisamente la vida del gran sábado? ¿No es la espera la categoría fundamental y esencial de la experiencia cristiana? Nosotros esperamos en el amor, la esperanza y la fe. Y esta espera “de la resurrección y de la vida del mundo futuro”, este vida “oculta con Cristo en Dios”, este creencia en la esperanza, acompañada del amor y de la certeza, constituye nuestro propio “sábado santo”. Poco a poco, todas las cosas de este mundo, llegarán a ser transparentes a la luz que de aquí emana; “la figura de este mundo pasa”, y esta vida imperecedera con Cristo llegará a ser nuestro valor supremo y último”, Alexandre Schmemann, La semaine sainte, en Le Mystère Pascal. Commentaires liturgiques, Abbaye de Bellefontaine, 1975, 43-44. 54-55.

“La vida de uno está ligada a la de los otros y no podemos volver ante el rostro del Padre si no es juntos, nunca solos. Una vida llama a la otra: Aquí se revela ahora el gran misterio del relato de José: más allá de los celos, de las envidias, de la sospecha, por encima de todo son hermanos y no pueden realizar su vida si no es juntos, teniéndose en cuenta uno al otro. La vocación se puede cumplir sólo con los otros y unido a los otros. Una persona puede hacer muchas cosas en su vida, pero no responde sinceramente a su vocación a la vida si no tiene en cuenta a los otros como hermanos en el único amor del Padre. Esta historia se ha cumplido en Cristo y, en la vida espiritual, éste el verdadero horizonte en que nos debemos mover y pensar. Por encima de tantos prejuicios, tanto personales como étnicos, religiosos, sociales, etc., nuestra fe nos muestra que la vocación del hombre se cumplirá si volvemos ante el rostro de nuestro Padre teniendo en cuenta el uno al otro. No se puede volver sin los hermanos.

Según I Jn 4, 7ss, donde se abre el nexo entre el amor y el conocimiento, no podemos proclamar el credo en nuestro Dios si no es con esta conciencia radical de sentirnos hermanos entre los hombres. Nosotros profesamos nuestra fe en un único Dios Padre. Por tanto, todos los hombres hemos sido creados por el amor del mismo Padre. Existe entonces esa fortísima exigencia de tener que volver ante el rostro de Dios con los hermanos. Y buscar a los hermanos significa ir por los caminos del mundo con la lógica pascual, hasta el punto de que nos consideremos y nos sintamos parte de esta humanidad que es como una cadena: se levanta un eslabón, y este eslabón arrastro consigo todos los demás porque están todos unidos. He de sentir que cualquier persona, sea cual sea la situación en que se encuentre, es mi hermano. Todo esto no puede reducirse a un imperativo ético, porque nuestra voluntad ética no es capaz de realizar ese imperativo y de convertirlo en praxis. Supone, más bien, abrirse a ese Amor que es una fuerza real y que constituye a las personas haciéndoles ver la propia realización en el organismo universal de unas relaciones libres. Se trata de una ética capaz de cumplir lo que exige. Es el amor del Padre el que opera en nosotros y el que nos capacita para sentir al otro como hermanos porque es hijo suyo. No se puede hacer una lectura facilona y simplista. No significa que estemos todos juntos ante el Padre mano a mano. Lo revela la historia de José, y mucho más el cumplimiento de José en el Señor. Significa, más bien, bajar a los abismos de la pascua por el dolor que produce la ausencia del hermano. Es decir, sentir la crucifixión porque faltan los hermanos”, Marko Rupnik, Busco a mis hermanos. Lectio Divina sobre José de Egipto, Madrid 2000, 139-141.

Preguntas para la reflexión personal y por grupos:

- Generalmente, nos molesta el amor que sobrepasa el rasero mezquino de la igualdad, buscamos una igualdad de mínimos, “a todos igual”, y tememos las diferencias porque las entendemos como exclusividades. Mira al Padre y su amor infinito, mira después a tu hermano, a tu amiga o amigo, y alégrate del infinito y especial amor que Dios le tiene. Reconcíliate así con el hermano más amado.

- Recuerda los “tiempos muertos” en tu vida. Los tiempos de distancia, de lejanía de tus hermanos, de soledad y sepultura respecto de los demás donde se ha purificado la vida y el corazón. ¿Reconoces en ellos un sábado santo, la víspera de una resurrección, de una nueva fraternidad?

- ¿Eres José, te sabes amado por el Padre? ¿Has descubierto tu vocación a la fraternidad, a ser un buscador de hermanos separados y distanciados del Amor?

- ¿Eres Judá, capaz de ofrecerse en lugar de su hermano Benjamín? Esto es el signo de la vida nueva: cuando el hermano está por delante de mí y yo quedo en segundo lugar, feliz porque mi hermano puede reencontrarse con el Padre, así hace Jesús con nosotros. ¿Quieres vivir cediendo el primer lugar por amor al Amor?

- ¿A qué hermano tienes que perdonar hoy para poder leer tu vida como una historia de salvación? Abrázale y celebra la fiesta de la nueva vida reconciliada.

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Domingo de resurrección

Vivir en comunión

Después de dos mil años, Cristo permanece presente por el Espíritu Santo, y su misteriosa presencia se hace concreta en una comunión visible: ella reúne a mujeres, hombres, jóvenes, llamados a avanzar junto sin separarse los unos de los otros.

Pero he aquí que, a lo largo de su historia, los cristianos han conocido múltiples sacudidas: han surgido separaciones entre aquellos que, sin embargo, se refieren al mismo Dios del amor.

Restablecer una comunión es urgente hoy; no se puede dejar sin cesar para más tarde, hasta el final de los tiempos. ¿Haremos todo lo posible para que los cristianos despierten al espíritu de comunión?

Existen cristianos que, sin tardar, viven ya en comunión los unos con los otros allí donde se encuentran, con toda humildad, con toda simplicidad. A través de su propia vida, quisieran hacer a Cristo presente para muchos otros. Saben que la Iglesia no existe por sí misma sino para el mundo, para depositar en él un fermento de paz.

“Comunión” es uno de los más hermosos nombres de la Iglesia: en ella, no puede haber severidades recíprocas, sino solamente limpidez, la bondad del corazón, la compasión… y llegan a abrirse las puertas de la santidad”

Roger de Taizé, Un porvenir de paz. Carta 2005

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