lunes, 21 de diciembre de 2009

Carta de Navidad 2009

CARTA DE COMUNIÓN

Navidad 2009

“ABBÁ” (Rm 8, 15)

¿Puede un Nacimiento rasgar nuestra dolorosa orfandad? ¿Puede un infante pronunciar la palabra deseada? ¿Puede un Niño colocar bajo nuestras zozobras la confianza necesaria? La estampa de esta noche tiene en su foco de luz a un niño, un hijo nacido de mujer, nacido bajo la Ley, una madre que recuesta al pequeño en su seno y un padre que custodia la vida de los dos. Ya lo habían predicho los profetas: “Un Hijo se nos ha dado” (Is 9, 5)… “Nacerá un vástago de la estirpe de Jesé” (Is 11, 1)… Jesús es hijo, hijo de María y de José y a ellos ha sido custodiado, por ellos será cuidado y amamantado, le enseñarán los primeros pasos, las primeras palabras… Como uno de nosotros.

Pero este Niño trae noticia de otra filiación y de otra paternidad. “Acaso no sabéis que debo estar en las cosas de mi Padre”. En el silencio de esta noche también se abren los cielos y, no sólo desciende el rocío, sino también la voz del Padre diciendo: “Éste es mi hijo amado, mi predilecto. Escuchadle” (Mc 9, 7). A lo que el Hijo balbuciente responde: “Abbá” (Rm 8, 15). Dios es Padre desde siempre y el Verbo es Hijo desde siempre. “El Verbo era Dios y estaba con Dios” (Jn 1, 1). Lo que este Niño nos dice con su nacimiento en la carne es que es Hijo, nacido de mujer, pero Hijo desde siempre del Padre, por ello, Padre Eterno. Ésta es la gran noticia que empieza a relatarse esta noche y que irá revelándose en la persona y en la vida de Jesús. Lo que al hombre le rescata de todas sus orfandades es que Dios es Padre de Jesús y, en este Hijo, él es también hijo. “Hijos en el Hijo” (S. Agustín). Esto llena de alegría y de calor, de confianza y verdadera esperanza, la vida humana. Tenemos Padre. Somos hijos, hijos siempre. Nunca huérfanos. Nunca abandonados.

En un gesto de rebeldía nos hemos querido sacudir todas las tutelas, paternidad y filiación entre ellas, y por ello sufrimos una escasez de humanidad que se deja sentir en nuestras relaciones más propias. La fraternidad tiene en la paternidad de Dios y en nuestra común filiación su origen y su dignidad, por lo tanto padre, hijo y hermano, son la declinación natural en la que la vida se hace posible y fecunda, y puede abrirse a otras relaciones que estarán dotadas de un hondo fundamento y estabilidad.

En esta noche, ante este alumbramiento, también el Padre quiere decir a todo hombre “Tú eres mi Hijo amado” (Mt 3, 17) ¡Ojalá este Niño nos enseñe a llamar con gratitud a Dios Padre, Abbá! Caerían todos los ídolos en los que hemos puesto nuestra confianza y una apoyatura firme, segura, dadora de libertad y de gracia tendría nuestra vida. Crecería nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad. Miraríamos al otro como hermano y hermana, al mundo entero, transido de filiación, lo veríamos como criatura nacida de las manos del Padre. Nos uniría esta bendita palabra a Aquél que nos la enseñó, a Jesús, y comprenderemos por qué Él dio la vida por el Padre y por nosotros. El mundo dejaría de ser “ancho y ajeno” para convertirse en la casa del Padre en la que hay para todos pan, agua, aceite, y vino en abundancia y se vive la fiesta de la fraternidad reencontrada. Que, contemplando al Hijo, el Espíritu nos haga llamar a Dios Padre (Gal 4, 6).

Hay acontecimientos que marcan la vida y la cambian, no se pueden acallar. Busquemos el modo de llevar la noticia de su amor a tantos hombres que viven huérfanos y no conocen aún que hay un Padre que les ama. ¡Feliz Navidad!

Comunidad de la Conversión

jueves, 25 de junio de 2009

Carta Sobre el Sagrado Corazón de Jesús

Sólo en Su Corazón el nuestro puede ser nuevo.
Me habéis oído contar alguna vez la historia de este personaje griego Esculapio que tenía una herida que no cicatrizaba nunca. Él buscaba mil formas de cerrarla, era para Él un tormento, mientras que tenía el privilegio de que todo aquél que era capaz de tocarla sanaba de las suyas propias. "Sus heridas nos han curado": Esta fiesta es también la fiesta de una herida abierta por amor, que nos recuerda que fue abierta por Amor pero que también permanece abierta porque de ella manan ríos de Vida y porque a través de ella se ve el Corazón de Dios, el Amor de Dios, y porque sólo a través de esta herida, la de la ofrenda última y total, se puede entrar en este Amor y permanecer en Él para siempre. 
Su costado es así ventana desde la que se divisa y puerta por la que se entra, camino de salvación y lugar de reposo para el cansado.
Sólo en este misterio nuestras heridas pueden ser curadas. Sólo en este misterio de amor nuestra herida aún abierta es cerrada y sanada. 
Esto nos enseña que para amar es preciso dejarse herir por el amor y que no salvará al mundo otra cosa que el dar la vida, hasta derramar la sangre si es preciso. Sin esta intención en la ofrenda, sin este límite-sin límites no hay salvación posible.
Entremos en este misterio de Amor, con humildad y sencillez. "Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón". Y agradezcamos tanto amor. 
Un fuerte abrazo a todas

Prado

Permaneced en mi Amor

Dios es Amor. (1Jn 4, 8)

La Creación es un estallido de vida que procede de un Amor que no actúa para recibir sino para darse, efusivo y difusivo, que en sí mismo es relación constante y donación, sale de sí para seguir dándose. Dios es Amor, amor originario, amor personal, amor entre Personas y amor que crea y crea a la persona con la que podrá entablar una comunión. El Amor de Dios es una fuerza abundante y extensa, de donde todo nace, en donde todo tiene su asiento y fundamento, es plenitud y llenura, gracia tras gracia imparable. El Amor está al principio de todo, antes de las obras más antiguas, cuando no existían los abismos, cuando no había fuentes cargadas de agua, antes que se asentaran los montes sobre sus cimientos, cuando fueron creados los cielos, cuando fueron colocadas arriba las nubes y abajo las aguas… Allí estaba Él, precediendo a todo. El Amor de Dios jugaba en el orbe de la tierra (Prov 8, 22- 36). La Creación entera fue la primera noticia de ese Amor, una carta escrita en el cosmos, en la naturaleza, en cada ser creado, que hablaba de la infinitud del Amor y su discurso inabarcable.

En el centro de la Creación puso Dios al hombre, Señor de todo lo creado para que lo cuidara, lo gobernara, lo amara e hiciese fecundo. El hombre oyó su Voz y sintió su Mano guiándole en el camino de la vida. En medio de la inquieta soledad humana le ofreció su cercanía y le prometió su íntima presencia, su compañía viva. En las esclavitudes de los hombres se insinuó como una aurora de salvación y de dicha.  Por amor se hizo este mundo bello e imperfecto pero llamado a la plenitud del amor.

Nosotros hemos conocido este Amor y hemos creído en él (1Jn 4, 16). Hemos visto la obra de sus manos, pero hemos visto también su rostro y hemos escuchado sus palabras y hemos probado su pan y su vino y hemos sido lavados de nuestros pecados, hemos nacido del agua y del espíritu, y hemos muerto con él y con él hemos sido devueltos a la vida. Porque Él ha llegado a nosotros y se nos ha dado, como plenitud de Amor. Conocer el Amor de Dios en Cristo Jesús no es indiferente para el hombre porque lo transforma todo. No se puede pasar de largo de este Amor porque ha salido a nuestro encuentro y nos ha revelado quiénes somos y quién es Él. A su paso el mundo entero le reconoce y se reconoce a sí mismo. Sí, le hemos conocido y hemos creído en Él y ha brotado de lo íntimo del corazón una confesión y una alabanza. “¡Es el Señor!”, “¡Señor mío y Dios mío!”, “¡Maestro!”…

Permaneced en mi Amor (Jn 15, 9). A nuestra confesión de fe le sigue un imperativo, no se puede creer sin un paso inmediato: permanecer en el amor que nos ha encontrado. Es una fidelidad requerida por el encuentro y para que la fe sea fecunda y la vida vuelva a la Vida. Porque permanecer en su Amor nos lleva en el aquí y ahora a aquél momento primero del que partimos, al seno de Dios Padre, del Dios Amor, es el gesto más dinámico del seguimiento pues acerca el origen del que procedemos y la Patria a la que aspiramos. Un hilo de oro teje este Camino Pascual que tiene la virtud de dar sentido a la vida de todo hombre. Procedemos de una gracia ininterrumpida, del Amor venimos, en Él estamos y a Él vamos. Este Amor que hemos llegado a conocer y a creer en él nos pide permanencia, comunión con él, unidad plenas. Vivir en él, con él, por él. Si permanecemos en él a él hace referencia nuestra vida, a él le pertenecemos, a él seguimos y amamos. Si permanecemos en él el Amor de Dis está en nosotros y con ese Amor amamos a todo hombre y su vida es nuestra vida, su palabra nuestra palabra, su Reino es el nuestro, su hermanos son nuestros hermanos, su camino es nuestro camino. Sólo el Amor nos trae una Nueva Creación, lo nuevo ha comenzado, este mundo tiene sentido y es posible la paz y la justicia, la conversión y la transformación de nuestro corazón de piedra en un corazón de carne. Sólo es preciso que permanezcamos en Él, viviendo la Pascua que es la vida en Él. Los que en Él vivimos, cantamos a una sola voz: ¡Aleluya!

 

                                                                                      Comunidad de la Conversión